Cuando el aventurero capitán Flinders terminó su ascenso al pico más alto de la isla Middle, la más grande del archipiélago de Recherche, en Australia, y observó hacia abajo, debió creer que había entrado repentinamente en un sueño, o que había accedido a un mundo distinto y desconocido.
Es que frente a sus ojos se desplegó el paisaje virgen del lago Hillier; una masa de 600 metros de longitud de homogéneo color rosa chicle. Ni siquiera, para calmar su excitación, habrá tenido a mano esa expresión, dado que este descubrimiento tuvo lugar en 1802, y la primera goma de mascar salió al mercado en 1848.
No sin cierto temor supersticioso, pero más aún movidos por la curiosidad, el capitán Flinders, a la cabeza de la expedición, y su fiel capitán de buque John Tistle, descendieron hacia el lago sin poder despegar la vista de la prodigiosa imagen. Atravesaron el bosque de eucaliptos y las dunas cubiertas de vegetación, y finalmente estuvieron junto a él.
Allí descubrieron que el rosado del agua se mantenía aún fuera del lago, dispuesta en un recipiente o entre las palmas ahuecadas de sus manos, y que, tal vez , estaba saturada de sal.
Más de un siglo después los científicos confirmaron la presencia de los organismos Dunaliella salina y Halobacteria, que salinizan el agua y podrían ser una de las causas de su color rosado. De todas formas, no es esta la única hipótesis que pretende responder la bella anomalía del lago Hilliers.
Se cree también que puede deberse a las bacterias halófilas rojas adheridas a las costras de sal. Otros, todavía supersticiosos como Flinders y Tistle el día del descubrimiento, lo atribuyen a causas ajenas al mundo conocido e impermeables a las explicaciones científicas, invocando historias de amores perdidos conjurados bajo el agua fría del lago.
Lo que sí ha sido debidamente probado es que su color no implica ningún peligro para la vida humana, por lo que los visitantes pueden sin temor sumergirse en un baño rosado.
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