Ansiamos ser felices. Es la segunda meta de todo ser humano después del propio hecho de sobrevivir. Ser felices nos hace más sanos, más productivos, más creativos… pero la felicidad dura poco. La felicidad de los recién casados o de aquel que ha logrado un aumento de sueldo se agota en dos años.
Lo asegura la psicóloga social Sonja Lyubomirsky que ha participado, en Buenos Aires, en el Simposio Vida Activa y Saludable de la Serie Científica Latinoamericana. Según Lyubomirsky, los seres humanos tenemos una gran capacidad de “adaptación hedonista”, que consiste en acostumbrarse a todo lo positivo que nos ocurre.
“La felicidad provocada por estos eventos suele expandirse por algún tiempo, la ciencia calcula un máximo de dos años, después la felicidad disminuye y se tiene que buscar otro estímulo que vuelva a dispararla”, afirma.
Esa adaptación permite explicar también, según Lyubomirsky, los resultados de un estudio que reveló que las personas que expresan agradecimiento una vez a la semana son más felices que las que dan las gracias frecuentemente: “Cuándo se agradece tantas veces a la semana parece que se vuelve un hábito y entonces ya no te sientes tan feliz”.
Lyubomirsky, profesora de Psicología en la Universidad de California, en Riverside, asegura que “ser feliz es algo así como un deseo universal”. La felicidad, explica, tiene grandes beneficios para la salud, entre ellos la mejora del sistema inmunológico y una mayor resistencia hacia el estrés y el trauma. “Las personas más felices tienen menos riesgos de padecer ataques cardiovasculares o infartos, además de tener menos posibilidades de morir de distintas causas que van desde lo orgánico hasta accidentes de autos”, agregó.
Las ventajas de ser una persona feliz se extienden también a los ámbitos laboral y afectivo, opina Lyubomirsky al señalar que quienes gozan de esa característica tienen mejores trabajos y sueldos, son más productivos y creativos y tienen más amigos, apoyo social y más posibilidades de casarse y tener buenos matrimonios.
De acuerdo a sus investigaciones, “las personas que se denominan a sí mismas felices son también las más activas”. “Una vida activa es una medida infalible para en mantener el organismo en estado funcionalmente estable y fortalecido”, continúa
Realizar actividad física y hacerlo motivados y no por obligación, mejora nuestra felicidad, pero esta tiene también una fuerte base genética, advierte Lyubomirsky. “Nacemos con una predisposición hacia la felicidad, uno puede tener por ejemplo varios hijos y observar que algunos son más naturalmente felices que otros”, apuntó.
“La genética determina la felicidad en un 50%, sin embargo, además del 10% que juegan las circunstancias externas o el contexto, un 40% de nuestra felicidad está determinada por actividades intencionales, acciones que llevamos adelante intencionalmente para sentirnos más felices”, detalla.
Conocidos estos porcentajes, la experta –autora de los libros La ciencia de la felicidad y Los mitos de la felicidad– invita a fijarse objetivos que queremos conseguir y centrarse en ese 40% que está en nuestras manos para conseguir la tan anhelada felicidad y los múltiples beneficios asociados a ella.
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